Esta mañana, la parte de nuestra pequeña caravana que posee el poder ejecutivo decidió que, en lugar de ir a buscar el fresco en la gruta de Neptuno, en Tívoli, como habíamos decidido, iríamos a ver cuadros. Esta vez han pedido frescos.
Empezamos por la
Aurora de
Guido, en el
Palacio Rospigliosi; es, a mi juicio el más
inteligible de los frescos. Esta encantadora pintura parece moderna; es porque Guido imitó la belleza griega. Pero como tenía el alma de un gran pintor, no cayó en el género frío, el peor de todos. Admitió también una o dos cabezas reales, corrigiendo los defectos como Rafael: el ejemplo, las dos cabezas que hay al borde del cuadro, a la izquierda.
En Guido no hay que andar con minucias sobre la luz que huye por dos puntos diferentes, cosa que se observa en seguida al considerar la sombra
puesta en el muslo del genio que lleva la antorcha en la mano. Admirando esta obra maestra, habréis renegado mil veces del grabador
Rafael Morghen, que ha publicado una caricatura tan indigna de aquélla. Este Rafael no sabe dibujar, y esto nadie lo ignora; pero aquí no ha sabido ni grabar las cabezas.
Lo escribe Stendhal en la página 72 de nuestra edición.