Voy a deshonrarme y a adquirir reputación de perverso. ¿Qué importa? El valor es de todas las profesiones, y hay más valor en desafiar a los periódicos que manejan la opinión que en exponerse a las condenas de los tribunales.
Montaigne, el inteligente, el curioso Montaigne, viajaba por Italia en 1580 para curarse y distraerse. A veces, por la noche, escribía lo que había observado de singular, y se servía indistintamente del francés o del italiano, como un hombre cuyo deseo de escribir domina apenas a la pereza, y que necesita, para decidirse, del pequeño placer que da la dificultad vencida cuando se utiliza una lengua extranjera.
En 1580, cuando Montaigne estaba en Florencia, hacía solamente diecisiete años que había muerto Miguel Ángel; todavía se hablaba en todas partes de sus obras. Los divinos frescos de Andrea del Sarto, de Rafael y del Correggio estaban en toda su lozanía. Pues bien: Montaigne, ese hombre tan inteligente, tan curioso, tan desocupado, no dice una palabra de todo esto. La pasión de todo un pueblo por las obras maestras del arte le haría seguramente mirarlas, pues su genio consiste en adivinar y estudiar atentamente las disposiciones de los pueblos; pero los frescos del Correggio, de Miguel Ángel, de Leonardo da Vinci, de Rafael, no le produjeron ningún deleite.
Unid a este ejemplo el de Voltaire hablando de las bellas artes, y mejor aún, si tenéis el talento de razonar sobre la naturaleza viva, mirad los ojos de vuestros vecinos, prestad oído en la sociedad, y veréis que el ingenio francés, el esprit por excelencia, ese fuego divino que chispea en los Caracteres de La Bruyère, en Cándido, en los panfletos de Courier, en las canciones de Collé, es un preservativo seguro contra el sentimiento de las artes.
Hay una verdad desagradable que ha comenzado a entrar en nuestro espíritu, con ayuda de las observaciones hechas en los viajeros franceses que encontramos en Roma en las galerías Doria y Borghese. Cuanto más agudeza de ingenio, cuanta más ligereza y más gracia hemos encontrado en un hombre que conocimos la víspera en un salón, menos comprende los cuadros.
Los viajeros que unen a la inteligencia más brillante ese valor que honra a los hombres, confiesan francamente que nada les aburre tanto como los cuadros y las estatuas. Uno de ellos nos decía oyendo un sublime dúo de Cimarosa cantado por Tamburini y madame Boccadati: <<Me daría lo mismo oir golpear unas tenazas contra una llave>>.
La frase que acabáis de leer privará al autor de su reputación de buen francés. Pero se trata de no aludir a nadie, ni siquiera al pueblo. Los espíritus que quieren la gloria y no viven más que de adulaciones dirán que el hombre lo bastante mal ciudadano como para negar el sentimiento de las artes a Montaigne, a Voltaire, a Courier, a Collé, a La Bruyère, tiene un carácter perverso. […]
El sentimiento de las bellas artes no puede formarse sin la costumbre de un deliquio abstraído y un poco melancólico. La llegada de un extranjero que viene a turbarla es siempre un hecho desagradable para un carácter melancólico y soñador. Sin que sean egoístas, ni siquiera egotistas, los grandes acontecimientos para estas personas son las impresiones profundas que vienen a remover su alma. Examinan atentamente estas impresiones porque, de las menores circunstancias de estas mismas, sacan poco a poco un matiz de gozo o de sufrimiento. Un ser absorto en este examen no piensa en revestir su pensamiento con una frase picante, no piensa en absoluto en los demás.
Ahora bien: el sentimiento de las bellas artes solo puede nacer en las almas cuyo éxtasis acabamos de esbozar. […]
Saco bruscamente la conclusión de que los franceses del norte del Loira pueden aprender la teoría de las bellas artes. Como son superiores en inteligencia a todos los pueblos actualmente existentes, comprender es su gran ocupación. Sorprenderá al alemán y al italiano con las cosas sutiles y profundas que dirán a propósito de La Cena, de Leonardo da Vinci; pero pedidles un juicio sobre cualquier miniatura; aquí se trata de inventar una opinión, o en otros términos, hay que tener un alma y leer en ella. Imposible. Este hombre tan diserto os suelta a contrapelo una frase aprendida de memoria. Esta inteligencia tan sutil ya no es más que M. Beaufils hablando de Racine.
Quince millones de franceses viven entre el Loira, el Mosa y el mar; entre tan gran multitud puede haber excepciones; Poussin nació en Andelys, y no negaré tampoco que algún sabio alemán tenga ingenio. […]
Es lo que escribe nuestro autor en la fecha que preside este fragamento, que ocupa las páginas