Al ir a la Plaza de Monte Cavallo, hemos encontrado tres
procesiones que hacen para pedir al Cielo la pronta elección de un soberano
pontífice. El último artesano de Roma sabe bien que la elección no tendrá lugar
en los primeros escrutinios, que no pueden dar ningún resultado, son de pura
cortesía; los cardenales dan su voto a aquellos de sus colegas a quienes
quieren honrar con una pública prueba de estimación.
Hemos asistido a la fumata
y a las estrepitosas carcajadas que provoca siempre. He aquí de qué se trata:
De la ventana más próxima a la que ha sido tapiada en la
fachada de Monte Cavallo, que mira a los caballos de dimensiones colosales,
sale un tubo de chimenea de ocho a diez pies de largo. Este tubo desempeña un
gran papel durante el Cónclave.
Sabemos por los diarios que los nobles reclusos votan todas
las mañanas. Cada cardenal, después de hacer una breve oración, va a depositar
en un cáliz colocado en el altar de la Capilla Paulina una cartita lacrada.
Esta carta, doblada de un modo especial, contiene el nombre del cardenal
electo, una divisa tomada de la Escritura y el nombre del cardenal elector.
Cada noche se procede a la revotación entre los candidatos
que han obtenido votos por la mañana. La cartita lacrada contiene estas palabras:
<<Accedo domino N.>>.
A este voto no debe añadirse ninguna razón. Observad bien
esto. Esta ceremonia de la noche ha tomado el nombre de accession; a veces un cardenal, descontento de las elecciones
indicadas por la mañana, escribe en su billete de la noche: <<Accedo
nemini.>>.
Dos veces al día, cuando los cardenales encargados del
escrutinio han visto que ningún candidato ha obtenido los dos tercios de los
sufragios, queman las papeletas, y el humo sale por el tubo de que acabo de
hablar; esto es lo que se llama la fumata.
Esta fumata provoca cada vez una gran
risa en la multitud que se aglomera en la plaza de Monte Cavallo, y que piensa
en la decepción de las ambiciones; todo el mundo se retira diciendo: "Vamos, hoy no tenemos papa".