Después de procurar figurarnos lo que era el Capitolio antiguo, volvimos al pie de la estatua de Marco Aurelio. Ocupa el centro de la pequeña plaza en forma de trapecio dispuestas por Miguel Ángel en el Intermontium. Fue Paulo III (Farnesio) quien, en 1540, hizo construir los dos edificios laterales, que me parecen desprovistos de carácter, aunque sean de Miguel Ángel. En un lugar como éste hacían falta dos fachadas de templos antiguos. Nada podía resultar demasiado majestuoso y demasiado severo, y Miguel Ángel parecía hecho a propósito para tal misión. Paulo III reformó la fachada del Palacio del Senador Romano que ocupa la pendiente del monte Capitolino hacia el Foro.
Fue también Paulo III el que hizo trasladar aquí, desde la plaza que ocupaba cerca de San Juan de Letrán, la admirable estatua ecuestre de Marco Aurelio Antonino. Es la mejor estatua ecuestre en bronce que nos ha quedado de los romanos. Las admirables estatuas de Balbo, en Nápoles, son de mármol. Por la expresión, la admirable naturalidad y la belleza del dibujo, la estatua de Marco Aurelio es lo contrario de las que nuestros escultores nos dan en París. Por ejemplo, el Enrique IV, del Pont Neuf, no parece tener otro pensamiento que el de no caerse del caballo. Marco Aurelio está tranquilo y sencillo. No se cree en modo alguno obligado a ser un charlatán, habla a sus soldados. Se ve su carácter y casi lo que está diciendo.
Las gentes un poco materialistas que se pasan el día entero emocionadas únicamente por el placer de ganar dinero o por el miedo de perderlo preferirán el Luis XIV al galope, de la Place des Victoires. Aunque yo no quisiera pasar la vida con esa clase de gentes, confesaré sin dificultad que tienen completa razón. La acción valerosa que ellos realizan es la base del buen gusto: alabar valientemente lo que nos gusta; de aquí mi admiración por M. Simond, de Ginebra, que se burla del Juicio Final, de Miguel Ángel. [...]
La patria de Voltaire, de Moliere y de Courier es desde hace mucho tiempo la ciudad de la inteligencia;pero el país entre el Loira, el Mosa y el mar no puede sentir las bellas artes. ¿Por qué? Ama lo bonito y odia la energía.
¿De donde proviene este odio? Acaso de que los nervios están a tensión diferente dos o tres veces al día por un clima demasiado variable. ¿Quién puede gustar de Correggio, en París, cuando hace un viento del nordeste? Esos días hay que leer a Bentham y a Ricardo.
De los tres edificios que decoran el Capitolio moderno, el que aparece de frente es el Palacio del Senador de Roma, construido hacia 1390 por el papa Bonifacio IX sobre los cimientos del tabularium de Catulo.
En 1390 no se pensaba apenas en lo bello; antes de pensar en vivir agradablemente hay que estar seguro de vivir. Bonifacio IX quería construir una fortaleza. Por la misma época, o un poco antes, el Coliseo servía dc castillo fortificado a los Annibaldi. El Arco de Triunfo de Jano Cuadrifronte, esa admirable tumba de Cecilia Metella que hemos visto en el campo, junto a la carretera de Albano, y otros muchos monumentos antiguos eran empleados como fortalezas.
El primer paso que da la inteligencia del viajero que ama las ruinas (o sea el viajero cuya alma un poco melancólica se complace en hacer abstracción de lo que existe y en figurarse todo un edificio tal como se le veía en otro tiempo, cuando lo frecuentaban unos hombres vestidos de toga), el primer paso que da una mente así, es distinguir los restos de los trabajos de la Edad Media, emprendidos hacia 1300 para servir de defensa, de lo que fue construido mas antiguamente para dar la sensación de lo bello; pues los hombres de nuestras razas europeas, en cuanto tienen pan y un poco de tranquilidad, se enamoran de esta sensación de lo bello.
Con ayuda de las pocas columnas que subsisten aún en unas ruinas, nos imaginamos lo que era el monumento antiguo. Cada pequeño detalle de lo que queda hace una revelación. Mas, para oír la voz de la verdad, que en este caso habla tan bajo, no hay que estar aturdido por las declamaciones y el Febo del espíritu de sistema. Las personas que no han nacido para esta clase de sensaciones encuentran frío todo lo que es razonable.
Como al visitar hoy el Capitolio moderno buscábamos placeres de arquitectura, no hemos entrado en los museos (abiertos dos veces por semana, jueves y lunes) nada más que para comprobar que en el edificio de la izquierda del espectador están el Gladiador moribundo, la Venus del Capitolio, el busto de Bruto y otras obras maestras que hemos visto en París (las cabezas romanas tienen una prominencia encima de las orejas: es la actividad militar).
En el edificio de la derecha, que se llama el Palacio de los Conservadores, se ve una estatua de Julio César, que pasa, con razón, por ser el único retrato reconocido que existe en Roma de este hombre célebre. Muy cerca de él esta el busto de Cimarosa que el cardenal Consalvi, amigo de este hombre célebre, encargó a Canova. Pero este busto esta colocado de manera que no se puede ver. Los señores directores de los museos de Roma merecen la palma del ridículo, incluso en perjuicio de los de Florencia, que no permiten a los curiosos llevar un abrigo en invierno en su galería glacial.
Es lo que escribe nuestro autor el 8 de enero de 1828. En las páginas 173 a 176 de la edición en español que seguimos.
Lás imágenes proceden de la web de los Museos Capitolinos (Dibujo de la plaza), de la Wikipedia (Venus) y del autor del blog (ecuestre de Marco Aurelio).