domingo, 20 de noviembre de 2011

20 de noviembre de 1828

Voy a deshonrarme y a adquirir reputación de perverso. ¿Qué importa? El valor es de todas las profesiones, y hay más valor en desafiar a los periódicos que manejan la opinión que en exponerse a las condenas de los tribunales.
Montaigne, el inteligente, el curioso Montaigne, viajaba por Italia en 1580 para curarse y distraerse. A veces, por la noche, escribía lo que había observado de singular, y se servía indistintamente del francés o del italiano, como un hombre cuyo deseo de escribir domina apenas a la pereza, y que necesita, para decidirse, del pequeño placer que da la dificultad vencida cuando se utiliza una lengua extranjera.
En 1580, cuando Montaigne estaba en Florencia, hacía solamente diecisiete años que había muerto Miguel Ángel; todavía se hablaba en todas partes de sus obras. Los divinos frescos de Andrea del Sarto, de Rafael y del Correggio estaban en toda su lozanía. Pues bien: Montaigne, ese hombre tan inteligente, tan curioso, tan desocupado, no dice una palabra de todo esto. La pasión de todo un pueblo por las obras maestras del arte le haría seguramente mirarlas, pues su genio consiste en adivinar y estudiar atentamente las disposiciones de los pueblos; pero los frescos del Correggio, de Miguel Ángel, de Leonardo da Vinci, de Rafael, no le produjeron ningún deleite.
Unid a este ejemplo el de Voltaire hablando de las bellas artes, y mejor aún, si tenéis el talento de razonar sobre la naturaleza viva, mirad los ojos de vuestros vecinos, prestad oído en la sociedad, y veréis que el ingenio francés, el esprit por excelencia, ese fuego divino que chispea en los Caracteres de La Bruyère, en Cándido, en los panfletos de Courier, en las canciones de Collé, es un preservativo seguro contra el sentimiento de las artes.
Hay una verdad desagradable que ha comenzado a entrar en nuestro espíritu, con ayuda de las observaciones hechas en los viajeros franceses que encontramos en Roma en las galerías Doria y Borghese. Cuanto más agudeza de ingenio, cuanta más ligereza y más gracia hemos encontrado en un hombre que conocimos la víspera en un salón, menos comprende los cuadros.
Los viajeros que unen a la inteligencia más brillante ese valor que honra a los hombres, confiesan francamente que nada les aburre tanto como los cuadros y las estatuas. Uno de ellos nos decía oyendo un sublime dúo de Cimarosa cantado por Tamburini y madame Boccadati: <<Me daría lo mismo oir golpear unas tenazas contra una llave>>.
La frase que acabáis de leer privará al autor de su reputación de buen francés. Pero se trata de no aludir a nadie, ni siquiera al pueblo. Los espíritus que quieren la gloria y no viven más que de adulaciones dirán que el hombre lo bastante mal ciudadano como para negar el sentimiento de las artes a Montaigne, a Voltaire, a Courier, a Collé, a La Bruyère, tiene un carácter perverso. […]
El sentimiento de las bellas artes no puede formarse sin la costumbre de un deliquio abstraído y un poco melancólico. La llegada de un extranjero que viene a turbarla es siempre un hecho desagradable para un carácter melancólico y soñador. Sin que sean egoístas, ni siquiera egotistas, los grandes acontecimientos para estas personas son las impresiones profundas que vienen a remover su alma. Examinan atentamente estas impresiones porque, de las menores circunstancias de estas mismas, sacan poco a poco un matiz de gozo o de sufrimiento. Un ser absorto en este examen no piensa en revestir su pensamiento con una frase picante, no piensa en absoluto en los demás.
Ahora bien: el sentimiento de las bellas artes solo puede nacer en las almas cuyo éxtasis acabamos de esbozar. […]
Saco bruscamente la conclusión de que los franceses del norte del Loira pueden aprender la teoría de las bellas artes. Como son superiores en inteligencia a todos los pueblos actualmente existentes, comprender es su gran ocupación. Sorprenderá al alemán y al italiano con las cosas sutiles y profundas que dirán a propósito de La Cena, de Leonardo da Vinci; pero pedidles un juicio sobre cualquier miniatura; aquí se trata de inventar una opinión, o en otros términos, hay que tener un alma y leer en ella. Imposible. Este hombre tan diserto os suelta a contrapelo una frase aprendida de memoria. Esta inteligencia tan sutil ya no es más que M. Beaufils hablando de Racine.
Quince millones de franceses viven entre el Loira, el Mosa y el mar; entre tan gran multitud puede haber excepciones; Poussin nació en Andelys, y no negaré tampoco que algún sabio alemán tenga ingenio. […]

Es lo que escribe nuestro autor en la fecha que preside este fragamento, que ocupa las páginas 436 a 438 de la edición que manejamos.

sábado, 29 de octubre de 2011

San Pablo Extramuros (San Paolo Fuori le Mura)


El día 5 de octubre de 1828, Stendhal escribe sobre las iglesias de Roma:

Nombraré primero de memoria las veintidós iglesias más notables a mis ojos […]
SAN PABLO EXTRAMUROS. Quemada en 1823. Ruinas sublimes; aire melancólico de una iglesia gótica.



Otra mención que hace nuestro autor a esta iglesia, la encontramos al final de sus Paseos por Roma, donde añadió un apéndice titulado Manera de ver Roma en diez días. Así comienza este apéndice:

Primer día

San Pedro, el Vaticano, el Coliseo, el Panteón, el Palacio de Monte Cavallo, el Corso, los museos del Capitolio y del Vaticano, las galerías Borghese y Doria, San Pablo extramuros, la Pirámide de Cestio, recorrer las murallas, deambular por Roma al azar. Si se quiere obtener una respuesta, hay que preguntar por los monumentos y las calles con sus nombre italianos.


La basílica que hoy tratamos la podemos ver en tres dimensiones en el enlace de más abajo. Si desea hacerlo siga estas instrucciones: una vez abras la página,encontrarás un plano y a tu izquierda, los lugares o pabellones, click en uno de esos y te aseguro que entrarás Tienes que tener un poquito de paciencia, porque cada lugar donde quieras entrar debes esperar unos segundos para que cargue, pero.....¡VALE LA PENA!


Las citas están tomadas de las páginas 376, 377 y 514 de la edición habitual.


domingo, 24 de abril de 2011

Semana Santa en Roma (1829)

Las ceremonias de la Semana Santa han sido magníficas. No se recuerda haber visto en Roma multitud semejante; muchos extranjeros tienen que ir a dormir a Albano; se ha pagado por habitaciones muy mezquinas hasta un luis diario. En cuanto a la comida, es un problema difícil de resolver. Las osterie, bastante poco limpias en tiempo ordinario, están abarrotadas desde las diez de la mañana de tal modo que no se puede entrar; a la hora de la comida, hay una aglomeración como en un teatro los días de estreno.

Los extranjeros que no tienen en Roma un amigo que pueda ofrecerles lo absolutamente necesario, lo pasan muy mal. En esta ocasión triunfa la pereza romana; yo he visto a un pequeño marmitón rehusar con orgullo cinco francos que le ofrecían por freír una chuleta. Varios curiosos napolitanos han vivido todo un día con chocolate y tazas de café. Epigramas muy graciosos.

Roma ha tomado desde el Domingo de Ramos un aspecto de fiesta muy curioso; todo el mundo se aglomera, todo el mundo camina de prisa.

No tengo valor para describir las ceremonias de la Semana Santa; dos o tres momentos han sido magníficos. Cuando se está aquí en esta época se puede comprar un librito de ochenta y dos páginas, publicado en francés de Roma por el abate Cancelieri. El Papa acaba de conceder dos sesiones al escultor Fabris; hemos ido a ver este busto, que tiene mucho parecido.

Mañana nos marchamos de Roma, con gran pesar nuestro: vamos a Venecia; pasaremos este verano quince días en los baños de Lucca y un mes en un delicioso balneario de la Battaglia, cerca de Padua.

En estos lugares de placer, el genio italiano se olvida de tener miedo y de odiar. El nombramiento del cardenal Albani comienza a producir su efecto; esta mañana se ha encontrado escrito en letras enormes, con tiza blanca, en veinte lugares de Roma y a la puerta del palacio de Monte Cavallo, donde reside el Papa:

Siam servi sí, ma servi ognor frementi. (1)

(1) “Somos esclavos sí, pero esclavos siempre conmovidos”


Es lo que escribe nuestro autor el día 23 de abril de 1829. En las páginas 510 y 511 de la edición que seguimos.