Mi huésped ha colocado unas flores ante un pequeño busto de
Napoleón que hay en mi cuarto. Mis amigos conservan definitivamente sus
habitaciones en la Plaza de España, junto a la escalera que sube a la Trinità dei Monti.
Imaginad dos viajeros bien educados corriendo el mundo juntos; cada uno de ellos se complace en sacrificar al
otro sus pequeños planes de cada día, y al final, del viaje resulta que se han
importunado constantemente.
Cuando los viajeros son varios, si quieren ver una ciudad, pueden convenir la una de la mañana para salir juntos. No se espera a nadie; se supone que los ausentes tienen razones para pasar esa mañana solos.
En el camino se conviene que el que pone un alfiler en el cuello de su levita se hace invisible; y ya no se le habla. En fin, cada uno de nosotros podrá, sin faltar a la cortesía, pasear solo por Italia e incluso volverse a Francia;
ésta es nuestra constitución escrita y firmada esta mañana en el Coliseo, en el
tercer piso de los pórticos, sobre el sillón de madera colocado allí por un inglés. Por medio de esta constitución esperamos que nos querremos
al volver de Italia lo mismo que al ir. [...]
Yo diría a los viajeros: al llegar a Roma, no os dejéis envenenar por ninguna opinión; no compréis ningún libro: demasiado pronto la época de la curiosidad y de la ciencia reemplazará a la de las emociones; alojados en la Via Gregoriana o, por lo menos, en el tercer piso de una casa de la Piazza Venezia, al final del Corso; evitad la vista y, más aún, el contacto de los curiosos. Si al visitar los monumentos por las mañanas tenéis el valor de llegar
hasta el aburrimiento por falta de compañía, así fueseis el ser más apagado por
la pequeña vanidad de salón, acabaréis por sentir las artes.
En el momento de entrar en Roma, tomad una calesa, 34 según que os sintáis dispuestos para sentir lo bello inculto
y terrible. O lo bello bonito y ordenados, haced que os lleven al Coliseo o a
San Pedro. Si fuerais a pie no llegaríais jamás, por la cantidad de cosas
curiosas que se encuentran en el camino. No necesitáis ningún itinerario,
ningún cicerone. En cinco o seis mañanas, vuestro cochero os hará hacer las cinco
visitas siguientes:
2.° La sala de Rafael en el Vaticano.
3.° El Panteón, y luego las once columnas, restos de la basílica de Antonino el Piadoso, con las cuales hizo Fontana, en 1695, el edificio de la Aduana terrestre. Aquí os llevan al llegar a Roma, si vuestro cónsul no os ha enviado una dispensa a Florencia. Aquí se aburre uno y pasa tres horas de mal humor. Una vez dejé al vetturino con mis llaves y entré en Roma como un paseante por la Porta Pia. Hay que seguir el
camino exterior a las murallas, ala izquierda de la puerta del Popolo,
bordeando el Muro Torto.
4.° El taller de Canova y las principales estatuas de este gran hombre dispersas en las iglesias y en los palacios:
Hércules lanzando a Lycas al mar, en el bonito palacio del banquero Torlonia,
duque de Bracciano, en la plaza de Venecia, al final del Corso; la tumba de Ganganelli
en los Santos Apóstoles; las tumbas del papa Rezzonico y de los Estuardos en
San Pedro, la estatua de Pío VI ante el altar mayor. Hay que acostumbrarse a no mirar en una iglesia más que lo que se ha ido a ver en ella.
5.° El Moisés, de Miguel Ángel, en San Pietro in Vincoli; el
Cristo de la Minerva; la Pietá, en San Pedro, primera capilla a la derecha
según se entra. Todo esto os parecerá muy feo, y os extrañará la honorable mención que aquí hago de ello.
6.° La Basílica de San Pablo, a dos millas de Roma, por la parte de Ostia. Observad, cerca de la puerta de la ciudad, al salir, la pirámide de Cestio. Este Cestio fue un financiero como el presidente Hénaut. Vivió en tiempos de
Augusto.
7.° Las ruinas de las Termas de Caracalla, y al volver, la iglesia de San Stefano Rotondo; la columna trajana y los restos de la basílica descubierta a sus pies en 1811.
8.° La Farnesina, junto al Tíber, orilla derecha, parte etrusca. Aquí se encuentran las aventuras de Psiquis pintadas al fresco por Rafael. Id a ver la galería de Aníbal Carracci, en el palacio Farnesio, y la Aurora, del Guido, en el palacio Rospigliosi, Plaza de Monte Cavallo. Muy cerca de aquí, la iglesia de Santa María de los Ángeles, de Miguel Ángel: arquitectura sublime. La estatua
de Santa Teresa en Santa María della Vittoria y, al volver, la bonita iglesita
llamada Noviciado de los Jesuitas.
9.° La Villa Madama, a mitad de la falda del monte Mario. Es una de las cosas más bonitas hechas por Rafael en
arquitectura. A la vuelta, ved la villa del papa Julio, a media legua de Roma
cerca de la puerta del Popolo. Ved al lado el paisaje del Acqua Acetosa. El rey
de Baviera ha hecho poner aquí un banco.
lO.° Las galerías Borghese, Doria, Sciarra y la galería pontificia,
en el tercer piso del Vaticano.
1l.° Si os sentís dispuestos a ver estatuas haced que os
lleven al Museo Pío Clementino (en el Vaticano) o a las salas del Capitolio.
Las pobres cabezas que tienen el poder no permiten abrir estos museos más que una vez por semana; sin embargo, si el pueblo de Roma puede pagar los impuestos y ver un escudo, es porque un extranjero
se ha tomado el trabajo de llevárselo.
Es imposible que alguna de estas cosas no os encante. Id a ver lo que os haya conmovido; buscad las cosas
parecidas. Es la puerta que la Naturaleza os abre para haceros entrar en el templo de las bellas artes. He aquí todo el secreto del talento del cicerone.
Son las recomendaciones que hace nuestro autor para ver lo más destacado de Roma en seis mañanas. Escrito el 15 de agosto de 1827.
*El subtitulo es nuestro.
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