lunes, 10 de febrero de 2014

Muerte de León XII (10 de febrero de 1829)

Nos despiertan a las nueve; ha muerto León XII. Annibale della Genga había nacido el 2 de agosto de 1760; ha reinado cinco años, cuatro meses  y trece días. Acaba de expirar, sin dolores aparentes, a los ocho y media.

Hemos ido a toda prisa al Vaticano. Hace un frío muy agudo.

El 4 de febrero Su Santidad había concedido una audiencia de una hora a nuestro amigo el joven noble ruso y a dos ingleses. El Papa parecía de muy buen humor y con buena salud. La conversación giró sobre los uniformes de las diferentes armas del ejército ruso y del ejército prusiano. “El Papa me pareció muy feo –nos decía M. N.-; tiene completamente el tono de un viejo embajador inteligente, muy sutil y acaso un poco perverso. El Papa bromeó varias veces, y muy bien. Se burlón indirectamente de uno de los cardenales que nombró en último lugar”.

El cardenal Galeffi, camarlengo, ha reunido el tribunal de la Reverenda Camera Apostolica, y a la una del día entró en el cuarto de papa finado. Después de una breve oración, el camarlengo se acercó al lecho; levantaron el velo que cubría la cabeza del difunto, el camarlengo  reconoció el cuerpo y monsignor maestro di Camera le volvió a poner el anillo del pescador.

A la salida del Vaticano, el camarlengo, que representa ahora al soberano, fue seguido de la guardia suiza, vestida con su gran uniforme del siglo XV, mitad amarillo mitad blanco. A su paso le han rendido todos los honores militares. Luego, se ha ocupado de la toilette del papa difunto; le ha vestido y afeitado; dicen que le han puesto un poco de colorete. Velan el cadáver los penitenciarios de San Pedro. Se ha procedido a embalsamarle; luego, cubrirán el rostro con una mascarilla de cera muy parecida.

A las diez, el senado de Roma, oficialmente enterado de la muerta del Papa, ha mandado tocar la campana grande del Capitolio. Por orden del cardenal Zurla, vicario, han respondido a este toque todas las campanas de Roma. Este momento ha sido bastante imponente. Al son de todas las campanas de la Ciudad Eterna hemos comenzado nuestras visitas de despedida a sus más bellos monumentos. Nuestros asuntos nos reclaman en Francia, y pensamos salir para Venecia en cuanto se clausure el Cónclave.

Es lo que escribe nuestro autor el 10 de febrero de 1829. Páginas 493 y 494 del volumen.

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